El término neurosis fue introducido en 1777 por W. Cullen, médico escocés. Originalmente designaba una serie de afecciones del sistema nervioso de origen diverso (neurológico, psicosomático, etc.). La preocupación de Freud consistirá en encontrar los mecanismos psicógenos presentes en ella. Si bien Freud distinguía dos grupos de neurosis: las llamadas neurosis actuales y las psiconeurosis, dicha discriminación ha caído en desuso en nuestros días. Como ha señalado Laplanche (1980), Freud mantuvo siempre esta categorización referida a un grupo de neurosis actuales, señalando en ellas la preponderancia de un conflicto presente. Las psiconeurosis por su parte, encuentran causalidad en el pasado. Dentro de este grupo de psiconeurosis, se distinguen las psiconeurosis narcisistas y las de transferencia; que agruparán a las fobias, obsesiones, histerias y ciertos tipos de psicosis. La antigua distinción freudiana entre psiconeurosis y neurosis actuales resulta en extremo difícil de delimitar en tanto que siempre encontraremos en las neurosis un elemento actual a modo de desencadenante y una raíz conflictiva con origen en el pasado.

La histeria constituye sin lugar a dudas la clase de neurosis más abordada desde el psicoanálisis. La historia del psicoanálisis comienza por obra de Freud de sus intentos de comprender el fenómeno histérico. Si bien los estudios sobre la histeria van a inaugurar el método freudiano, los signos de la histeria han sido descriptos desde mucho tiempo antes. Desde la antigüedad ha sido conceptualizada por los nombres más importantes de cada época, como Hipócrates, Platón y Galeno entre otros. Es de resaltar que en la Europa medieval cristiana los síntomas histéricos se atribuían al triunfo de las fuerzas del mal y las histéricas se diagnosticaban como poseídas o brujas.

El interés de Freud en desafiar los conocimientos y el espíritu de su época ha estado presente a lo largo de todo su trabajo e inclusive en lo que refleja su vida personal, atravesada por múltiples rupturas y desencuentros con maestros, discípulos y allegados. Tal vez motivo de esta búsqueda incansable de nuevos desafíos es que luego de su regreso de Paris en 1886, presenta un caso de histeria masculina, que quizás en parte por la extrañeza que pudo provocar, no fuera bien acogido por su auditorio. Lo dicho resulta factible cuándo comprobamos que aún en nuestros días persiste la falta de aceptación de la histeria masculina.

La comprensión de la histeria y el papel destinado en ella a la sexualidad será sin duda uno de los logros de Freud al tiempo que de allí partiría su alejamiento con Breuer. La obra inaugural de Estudios sobre la histeria realizada en conjunto con Breuer va a contar para la segunda edición con el distanciamiento de ambos. A modo ilustrativo de esta divergencia fundante, se observa la escritura que cada uno realizó por separado al prólogo de la obra. A partir de allí, Freud se embarcará en un largo y fructuoso camino que lo alejará para siempre del método catártico.

A través del método de Breuer buscaron acceder a los traumas principales y secundarios para hacerlos desaparecer a través de la catarsis. Si bien en los Estudios sobre la histeria Freud estaría inclinado a pensar el fenómeno histérico desde una perspectiva traumática, es posible ver allí indicios de sus desarrollos posteriores sobre la sexualidad. En este sentido en relación al caso de la Sra. Emmy Von N. se refiere:

Por otra parte, opino que todos estos factores psíquicos sólo pueden explicar la elección, pero no la permanencia, de las fobias. Para esta última me veo precisado a aducir un factor neurótico, a saber, la circunstancia de que la paciente guardaba desde hacía años abstinencia sexual, lo cual constituye una de las ocasiones más frecuentes de inclinación a la angustia (Freud, S y Breuer, 1893-95, p. 107).

El conflicto entre el yo y la sexualidad fue señalado desde el comienzo por el inaugurado psicoanálisis. A través de los distintos mecanismos defensivos el yo buscaría resolver las exigencias internas al tiempo que adaptarse a los requerimientos del afuera, representados por el ambiente familiar y social. Como señala Anna Freud (1936) el yo intentará protegerse del displacer de origen interno. Refiriendo que en la histeria predomina la represión como mecanismo defensivo, al existir capacidad para la conversión y favorables condiciones somáticas, los impulsos agresivos y sexuales, serán borrados de la conciencia y transformados en síntomas corporales.

Para Laplanche (1973) el psicoanálisis ha ampliado la noción de sexualidad en cuanto a su extensión y comprensión de la misma. A su extensión, por cuanto la sexualidad abarca no sólo la actividad genital, sino toda la actividad humana. La misma se encuentra por ejemplo detrás del concepto de sublimación. En cuanto a la comprensión la misma ha permitido tener una concepción radicalmente diferente del sujeto “normal”, como la que supone la descripción del desarrollo libidinal evolutivo del niño, tanto como el develamiento del origen sexual del síntoma neurótico (p. 38-43). En este sentido Freud, en el análisis del caso Dora señalará que las “fuerzas impulsoras para la formación de síntomas histéricos no provienen sólo de la sexualidad normal reprimida, sino también de las mociones perversas inconscientes” (1905 [1901], p. 46).

Como señala Abadi (1984) la sexualidad humana tiene que ver más con los aspectos psíquicos que con el hecho biológico, en la medida que pasa a ser un vehículo de un proceso de significación. De allí que podemos considerar la sexualidad de la histérica articulada con una sexualidad infantil, inmersa a los procesos de fijación, regresión y evolución de la libido descriptos por Freud. El tejido de la sexualidad humana, constituiría más una verdadera “psicosexualidad” en tanto que el impulso biológico viene a estar recubierto por una serie compleja de representaciones y estructuras ideo-afectivas .

Freud intentará dar cuenta de la relación entro lo somático y lo psíquico en la conformación del síntoma histérico. Sostiene que allí hay una contribución de ambas partes, ya que el síntoma resulta de la represión a nivel psíquico de la mencionada solicitación somática. Dicha represión no resulta arbitraria sino que encierra un sentido. La aparición del síntoma guarda relación con el principio de de ganancia primaria que buscará, atendiendo a un criterio económico, la salida más cómoda que permita evitar un conflicto mayor. La ganancia o beneficio secundario por su parte, se adquiere con el paso del tiempo por la influencia del síntoma en la vida del sujeto. Va a operar como una resistencia al cambio ya que de ella la persona obtiene secundariamente un beneficio de aquello que lo aqueja.

Freud va a caracteriza a la histeria como un trastorno de afecto, definiéndola como el cuadro en el cual un sujeto siente, predominantemente o exclusivamente, displacer ante la excitación sexual. En el análisis de Dora realiza una serie de puntualizaciones importantes para la comprensión de la estructura histérica y sus síntomas, así como de la neurosis en general. El trastorno de afecto que se produce en la histeria operaría como un desplazamiento de la sensación de excitación por la de displacer. En este sentido, la demanda de excitación estaría asociada a la pulsión originada en la zona erógena en cuestión.

Lacan conceptualiza a su manera la idea freudiana de la ganancia en relación a la enfermedad. En términos de Lacan se le denomina goce a la satisfacción paradójica que el sujeto obtiene de su síntoma (Evans, 1995, p. 103). Lacan introduce la diferencia entre placer y goce, ubicando al goce más allá del placer; es una cantidad excesiva de placer que el principio de placer intenta impedir. El placer, el principio de placer en realidad, es lo que se opone al goce. Pero, al igual que sucede con otras conceptualizaciones que adquieren diversos significados de acuerdo al momento en el que fueron pensadas, el término goce no siempre está unido en Lacan a mortificación. El último Lacan apunta a un modo de gozar que tiene más que ver con la vida que con la mortificación. (Torres, 2004).

Como señala Mazzuca (2010), Lacan en el seminario 16 nos dirá que la histérica promueve el goce a diferencia del obsesivo que pone el acento en su prohibición. Ambas estructuras estarían en las antípodas con respecto al goce. Lacan señala que si bien la histérica rechaza en un plano el goce sexual lo hace en relación a la búsqueda de un goce absoluto. Porque dicho goce nunca puede ser alcanzado, la histérica rechaza cualquier otro goce que respecto de aquél se presenta como un goce disminuido.

En este sentido se comprueba que a través de la frigidez la histérica rechaza el goce sexual. La frigidez no sería sólo la incapacidad de experimentar placer, sino más bien una negación o rechazo en contra del sentir placer. Este esfuerzo en mantener la frigidez constituye la obediencia a la demanda de un otro. Lucien Israël (1974) señala que el síntoma histérico viene apuntalado, en realidad, por la demanda de una otra, la madre. La frigidez sería la consecuencia de un adoctrinamiento inconsciente de la histérica a la demanda materna.

Contrariamente a lo que muestra la histérica y su cuerpo sexualizado, su preocupación por la moda, la belleza y la femineidad, lo que existe en el interior de dicha mascarada es un cuerpo vacío. De algún modo el disfraz de la femineidad es un modo de ocultar la frigidez y cubrir la falta. El disfraz de la femineidad como señala Aulagnier, constituye aquello que el hombre desea en ella, “la femineidad comparte con el pene el privilegio de ser por excelencia objeto de envidia”. (como se cita en Torres, 1984, p. 119). Lo que estaría singularizando la posición histérica es el deseo de que el hombre la desee y encuentre placer ante ella, porque ante él debe ocultar su carencia. Uno de los elementos más constitutivos del funcionamiento histérico es esta alienación subjetiva en relación al deseo del Otro. Ya que no tiene el falo, delega su deseo propio ante aquel que supuestamente lo tiene.

Esta alienación subjetiva condena al yo a una profunda infelicidad y a una insatisfacción estructural. La “infelicidad del histérico” que llama Freud, alude al sufrimiento al que parece condenado y que guarda una profunda ambigüedad con la resignada renuncia a la satisfacción. En esta empresa puesta al objetivo de la insatisfacción, el histérico renovará siempre la búsqueda de un ideal inalcanzable, que atraviesa el tipo de relaciones objetales que construye. Ya se trate de la búsqueda de una pareja, su vocación profesional o inclusive la elección de un nuevo par de zapatos, no se encuentra nunca satisfecho. Más aún, aquello que no ha elegido, la pareja que no tiene, el otro par de zapatos que fue descartado, en definitiva el camino que aún no ha recorrido, es lo que renueva siempre su ilusión de completud. Al decir de Israël: “la histérica, pues, no quiere a quien la quiere, sino que en general ama a otro, a alguien inaccesible. Es lo que he denominado el síndrome del novio canadiense, a partir del caso de una paciente histérica que aseguraba que tenía novio pero que jamás lo había visto, aunque mantenía correspondencia regular con él, afirmando que éste vivía en Canadá y vendría a Francia al cabo de diez o quince años. Creo que este ejemplo ilustra de un modo impecable la relación de la histérica con el amor e incluso con el deseo”. (1974, p.16)

En esta búsqueda interminable e imposible podrá gozar mientras tanto del sufrimiento de la desdicha. En este sentido es lo que plantea Lacan como el sujeto de la neurosis, como un sujeto que jamás podría completarse, un sujeto opuesto al individuo, es decir opuesto a lo indiviso. Es el que llama sujeto barrado, que en su incompletud se dirige y se sitúa en relación a un Otro. En la neurosis, tanto en sus variantes obsesiva e histérica el sujeto se desvive y emplea todos sus recursos para ser reconocido por ese Otro, que constituye una alteridad radical desde la cual se sostiene.