Franco Basaglia inicia los movimientos de desinstitucionalización en Italia, fundador de la corriente denominada “Psiquiatría democrática” es considerado el líder de la “Antipsiquiatría” italiana.
¿Para qué sirven las instituciones? Se pregunta Basaglia, al comprobar las condiciones inhumanas en las que se encierra a los sujetos, cuando la reincidencia es la experiencia mayoritaria de quienes han estado privados de libertad. Y la respuesta a la que llega no admite ambigüedades “no sirven para tutelar al ciudadano sino para defender y conservar al Estado”. Dirá aún más al afirmar que todo en la cárcel y el manicomio actúa en perjuicio de los sujetos internados, que la escuela sólo sirve para estigmatizar a quienes no logran aprender los conocimientos que se imparten, para “quien atraviesa la puerta de la cárcel, de la penitenciaria, del manicomio o del manicomio criminal, entra en un mundo donde todo actúa prácticamente para destruirlo, aún cuando esté formalmente proyectado para salvarlo”.
Advierte una función de criminalización sobre las personas a través de los saberes que representan las instituciones del Estado. Señala una función específica de estas instituciones que es la de controlar en ellas a quién no es controlable a través del ciclo productivo y de las llamadas instituciones positivas: familia, escuela y lugar de trabajo. El encierro en la cárcel y el manicomio permite al sistema capitalista incluir al sujeto “desviado” en la productividad de modo tal que estas generan ganancias económicas a las clases dominantes.
Señala el autor, que con el nacimiento de la era industrial, comienza el vínculo entre hombre y producción, creando nuevas categorías de todo elemento que pueda ser un estorbo al ritmo productivo. De este modo, el subproletariado se transforma en económicamente útil a través de su internación, ingresando en una cadena de montaje al estilo de la lógica mercantil, que permite tanto ganancias como control social.
En consonancia con los aportes de Basaglia, en 1969 Althusser publica el texto Ideología y Aparatos Ideológicos del Estado. Sostiene dicho autor, que el poder del Estado, sobre el cual se centra el objetivo principal de la lucha de clases política, es un poder esencialmente represor que busca perpetuarse a sí mismo y que dispone para ello de los Aparatos Represivos (ARE) e Ideológicos (AIE) de Estado. Los primeros comprenden a la policía, ejército, cárceles, etc.; considerados represivos en tanto funcionan mediante la violencia, que puede ser física o simbólica. En cambio los AIE, funcionan mediante la ideología como “cierto número de realidades que se presentan de modo inmediato al observador en forma de instituciones diferenciadas y especializadas”.
En esta misma línea, el pensamiento criminológico contemporáneo realiza una crítica del derecho penal al considerarlo un sistema dinámico de criminalización. Según señalan los autores de la nueva criminología, las posibilidades de formar parte de la “población criminal” aumentan en los niveles más bajos de la escala social. La aplicación selectiva del derecho penal y la pena sobre los estratos más bajos de lo social tiene por un lado el objetivo de obstaculizar el ascenso social de dichas clases y por otro el de invisibilizar un número más amplio de comportamientos ilegales (como los vinculados a la corrupción, los delitos de “cuello blanco”, etc.) que comprometen a las clases dominantes. Dichos crímenes resultan, en la práctica, menos sancionados que los anteriores, siendo que su afectación y daño al conjunto social son mayores.
La relación entre cárcel y sociedad ha sido bien documentada por Foucault quien, en sus estudios sobre el encierro, realiza una revisión de las técnicas de sometimiento y control de los cuerpos a lo largo de la historia. Para este autor, el dispositivo carcelario se sostiene no atendiendo a la finalidad explícita de reeducación, que en lo concreto produciría efectos antagónicos, sino en su cometido de producción de delincuencia. Para Foucault la cárcel como fábrica de delincuentes se encuentra enmarcada en un círculo de retroalimentación que liga dicha producción a la instalación en la sociedad de la idea y aceptación de la necesidad del sistema de control policial. Es el sentimiento de un peligro interno, aquel que los medios generadores de opinión propagan, con los crecientes temores en la sociedad al incremento de los niveles de inseguridad y delincuencia, lo que viene a justificar el incremento en las medidas y sistemas de control. El control policial constituye la cara más visible del ejercicio de la violencia legítima por parte del Estado. El derecho penal se ocupará de aquellos sujetos captados por dicho sistema, y la institución carcelaria una de las medidas de coerción ejercidas por el derecho que posibilitan el control social de clase. El objetivo de las clases dominantes será, mantener un sistema de represivo-policial y una normatividad penal ocupada y desbordada por el tratamiento de la delincuencia común.
La función de control social que realizan las instituciones opera según Basaglia desde dos vertientes. Por un lado ejerciendo una violencia concreta de eliminación y destrucción y por el otro como una “amenaza simbólica de esta exterminación y destrucción”. Esto se realiza con una complicidad de los distintos saberes, a través de la figura de los técnicos y en nombre de la ciencia, ya que estos provienen de la clase dominante, y sirven en última instancia, a sus intereses por sobre el interés de las clases oprimidas. En este sentido la crítica es dirigida tanto a la psiquiatría, como al psicoanálisis, a los intelectuales en general, los técnicos “empleados” del grupo dominante y dominados por el “pesimismo de la razón”, que promulgando la imposibilidad del cambio se convierten en instrumentos de poder de la burguesía. Señala el autor que en países como Francia e Inglaterra, en las que operaron reformas psiquiátricas como las “comunidades terapéuticas”, que pretendieron humanizar el manicomio, resultaron igualmente medios de control social en tanto que se trataba de nuevas formas de administrar el manicomio. Las experiencias de estos países fueron pensadas, propuestas y realizadas desde la elite intelectual a diferencia de lo ocurriría en Italia.
El proceso de desmanicomialización promovido en Italia se realizó con la colaboración de organizaciones sociales representantes del pueblo en general. Fueron dichas instancias las que “debían tomar las riendas de nuestra lucha, porque de otra forma sería cientifizada y volvería al nivel precedente, es decir se transformaría en una nueva ideología científica, nuevamente una ideología burguesa.” Para Basaglia, el problema consistirá en encontrar un nuevo código representante de la voz de los oprimidos, nuevas respuestas y un nuevo objetivo: la destrucción del hospital psiquiátrico como lugar de institucionalización. Al mismo tiempo advierte de la dificultad de tal emprendimiento en tanto que el manicomio se constituye en el soporte central de la psiquiatría occidental desde hace dos siglos. En esos años se ha visto acrecentado el poder sin límites del médico en detrimento de las libertades individuales de los internados. Hábitat forzado, mortificaciones y electro shocks se constituyen en prácticas cotidianas, haciendo necesarias la “búsqueda de fórmulas que tengan finalmente en cuenta al hombre en su libre elección frente al mundo”. A lo largo de todo su trabajo, buscará la construcción de un servicio público a través del cual no deban ser pagados con el precio de la libertad las necesidades del hombre enfermo, “porque el ser definido como enfermo mental o delincuente priva al sujeto de los más elementales derechos, aún cuando las instituciones continúen definiéndose como rehabilitadoras y terapéuticas”.
Señala Basaglia, que la relación que la institución clásica mantiene con los sujetos internados es una relación esencialmente objetivante: extraño a una realidad donde sólo se le ha asignado un rol pasivo, el enfermo es esencialmente un objeto en el interior del sistema que debe identificarse con las normas y reglas que se le imponen si quiere sobrevivir a la opresión y al poder destructor que la institución ejerce sobre él. El comportamiento del interno pasa a estar determinado por la institución a través de la realidad unidimensional que esta le impone.
Propone, por ello, repensar el problema del “accidente” en el interior de la institución totalizante e ir más allá del supuesto de la enfermedad como única responsable del comportamiento del internado. Por el contrario, señala que detrás de las conductas problema, como los intentos de fuga, las agresiones de cualquier tipo, es la lógica institucional la que determina y orienta las acciones. Dicha lógica impone como único porvenir posible la muerte. La muerte como el grado de objetivación al cual se ve reducido, la de una realidad sin alternativas ni posibilidades más allá de la reglamentación y de una serialización de la vida cotidiana. La muerte a través de la adaptación servil y sumisa que se le solicita. Por esto, despojado del dominio sobre los menores movimientos de su vida durante muchos años de asilo, el accidente (cualquiera sea su naturaleza) es intentar sustraerse a este porvenir renovando la ilusión de ser aún dueño de su vida y responsable de sus actos.
Así como la institución se revela en cada uno de los actos que realiza el interno, la enfermedad y la delincuencia representa para el autor, la materialización de las contradicciones presentes en la sociedad. En los mismos términos Merton y su teoría de la anomia considera que el origen del comportamiento desviado se encuentra en la contradicción entre estructura social y cultural. Esto hablaría de cómo las clases sociales inferiores son convocadas a adquirir determinados bienes y fines culturales sin contar con los medios legales para ello. La cultura impone una exigencia irreconciliable a aquellos más desprovistos; el logro de un objetivo socialmente valorado y la imposibilidad de su realización concreta a través de los medios institucionalmente legítimos.